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miércoles, 4 de mayo de 2011

EL SIGNO ACUARIO

Justo después de la creación del Universo y las estrellas, aparecieron doce seres extraños pero maravillosos, llamados celestes.

Translúcidos como el agua, no poseían nombre. Tenían forma humana,pero no eran ni hombre ni mujer, y podían viajar en el tiempo. Estaban en el firmamento con una misión: darle un carácter determinado a las futuras personas que nacieran en el plazo de tiempo que estaba un celeste bajo la trayectoria del Sol, la Luna y los planetas. Cada uno tenía una forma de ser.

Los nombres irían surgiendo a medida que se les fueran ocurriendo, al igual que el signo que los representaría. Y tras una suma asamblea, al conjunto de carácteres decidieron llamarlo, por razones que se desconocen, zodiaco.

Los años comenzaron a transcurrir rápidamente para los seres que habitaban el Universo. Ya todos tenían nombre, carácter y constelación, excepto el undécimo celeste. Todavía seguía sin ellos y eso le producía una inmensa tristeza. Además de frustración. Pues si no poseía las cosas que ya tenían sus compañeros, las personas que nacieran en el tiempo que él permanecía en el rumbo de los astros, no tendrían personalidad.

Un día, este celeste paseaba por el cosmos. Era algo que le gustaba mucho. Mas, en un desafortunado descuido, lo atrapó un agujero negro.
-¡Socorro, auxilio.-gritaba en un intento inútil de ser ayudado- ¡¡Socorrooo!!

Comenzó a dar vueltas y girar y a girar mientras el torbellino se lo tragaba.

Cuando el remolino lo soltó, no sabía ni cómo ni por qué, ya no estaba en el universo. Se encontraba en el futuro, en en un templo de occidente. El techo de éste era abovedado, pintado como si fuera el cielo durante la noche. A los lados tenía columnas, que al igual que el resto del lugar, eran de mármol con pequeños detalles grabados. Y al fondo, también de mármol, unos escalones que llevaban a una parte desconocida.

Con mucho sigilo, el celeste fue recorriendo e investigando más a fondo el lugar. En un giro a la izquierda, encontró una fuente hecha de rocas y minerales. Se asomó a ella y vio peces nadando en su interior. También pudo observar que era algo profunda.

Iba a seguir indagando cuando sintió unos pasos. Rápidamente se ocultó tras un pilar. Desde allí consiguió ver a una hermosa muchacha. Tenía el pelo oscuro y recogido, y la piel clara. Vestía un largo vestido de seda de distintas tonalidades de azul. En el brazo derecho llevaba unos brazaletes dorados. Cargaba una inmensa cántara de agua, cuyo contenido desprendía unos destellos plateados.

Se acercó a la fuente y comenzó a verter el agua en ella. Cuando acabó, una voz desde la lejanía, le dijo:
-¡Acuario! ¿Has echado ya el agua sagrada en la fuente?
-Si, padre.
-Por favor, ven aquí.- pidió la voz

Y Acuario se levantó para ir junto el que parecía ser su padre.
-Así que se llama Acuario. Bonito nombre.- pensó el celeste.

Iba a salir a presentarse cuando sucedió algo terrible.
Al empezar a caminar, la chica pisó los bordes de su vestido. Y cayó hacia atrás, en la fuente.
Como no sabía nadar, se ahogó en el agua. El celeste corrió a ayudarla, pero ya era demasiado tarde. La joven había fallecido.

Ahora el undécimo celeste lo tenía claro. El nombre de su carácter sería Acuario, en honor a aquella muchacha. Y el signo que lo representaría, un par de ondas de agua, por el sitio en que ella descansaría en paz.

Tras despedirse para siempre de Acuario, la joven que lo había cautivado con su belleza, se dio cuenta de que tenía otro problema. ¿Cómo regresaría a su hogar?

De pronto, entrevió un destello de luz al final de un pasillo.
-¡Ahí está!-exclamó- ¡Mi billete de vuelta a casa!

Echó a correr como nunca lo había hecho. Pero el destello empezó a desaparecer. Aceleró la carrera todavía más. Ya apenas se veía la luz. Y haciendo acoplo de todas sus energías, consiguió introducirse justo cuando se estaba cerrando la entrada al agujero negro que lo había llevada allí y que lo devolvería al lugar del que venía.

Y de nuevo se encontró dando vueltas y girando. Al soltarlo, el celeste ya con nombre, continuó el tramo que le quedaba de camino para llegar.

Continuó y continuó hasta llegar junto a los suyos. Allí lo recibieron con los brazos abiertos. Se alegraron muchísimo al enterarse de que ya había obtenido su nombre y su signo. Mas les entristeció la razón por la cual los obtuvo. Alguno derramó unas lágrimas, de pena y de emoción. Lo que les emocionó fue el hecho de que el undécimo celeste se bautizara con el nombre del ser del cual se enamoró y vio morir. Pues pensar que, uno de ellos se había dejado cautivar por un humano, o por un mortal, como los llamaban los celestes, era algo realmente extraño y a la vez precioso.

Tras el momento de tristeza, se dirigieron a su sala de reuniones para tener otra suma asamblea. En ella, los celestes debían exponerle al círculo sagrado que mostraba el zodiaco, los nombres, los signos y los datos del carácter que iba a representar cada uno. Y comenzaron a exponerlos.

Cuando el último celeste dio todos los datos, el círculo se completó. Hubo una explosión de luz y el zodiaco salió disparado hacia el cosmos, para recorrerlo de punta a punta. Inmediatamente después, los celestes se colocaron en ese lugar que ahora estaba vacío. Y allí esperarían hasta que apareciera el primer ser humano.

Muchísimos años más tarde, nació el hombre. Y once celestes se quedaron en el aro. Pero el otro se dirigió al lugar que hay entre el Sol, la Luna y los planetas. Ahí permanecería más o menos un mes hasta que pasara su turno allí. Luego lo relevaría otro. Y a ese otro, otro, y así siempre.

Todavía hoy en día, si creemos lo suficiente en ellos, puede que veamos al que representa nuestro signo flotando en el universo. Pero solo si pensamos que existen.
NURIA